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Peder Noster

 

Yo tenía 14 años cuando, por primera vez, un cura intentó abusar sexualmente de mí. 

Fue nuestro profesor de religión, que hacía también las veces de "consejero espiritual" de mi centro escolar (de carácter confesional, aunque no "militante", es decir, no exigía "militar" con su credo, gatólico apestólico marrano, por supuesto) quien, aprovechando su "rueda de contactos" quiso intentar algo. Al menos conmigo.

Se trataba de emplear su hora de clase (no recuerdo si fue una sola, es decir, como dos minutos por persona, ya que pasábamos de 30 en el grupo) o lo hizo en sucesivas clases. Ya han pasado unos 35 años.

Era mi turno, fui a su despacho, el único con cristales translúcidos (que no opacos) en lugar de los habituales transparentes del resto de profesor@s. Me refiero a vidrios esmerilados, de los que no dejan ver lo que hay detrás más que de forma muy grosera, como meras siluetas o manchas.

No recuerdo de qué hablamos (seguramente de mi situación de estudios y puede que de la situación de mi familia, que él conocía bien, pues era o había sido "consejero espiritual" de mi madre).

Pero lo que recuerdo vívidamente era que él estaba ante mí y que, sin mesa por medio, estábamos sentados, casi, rodilla con rodilla. En un momento dado de la conversación y sin venir mucho a cuento (según mi apreciación), me "puso" mano.

Y escribo "puso" mano y no "metió" porque no llegó a introducír(me)la en ninguna parte. (Im)Puso su mano, plana, justo por encima de mi sexo.

Si su máximo representante hubiera estado o se hubiera puesto erguido, el curita se lo habría topado en todo su esplendor, casualmente, debajo de su santa mano. Así, como quien no quiere la cosa.

Y, tal vez, las cosas habrían tomado otro cariz. Él hubiera podido tener una excusa para continuar, un bordillo, donde poner el pie y, así, poder entrar en el autobús en marcha.

¡Pero no!

Ni aquel cura me ponía, ni ningún otro me ha puesto jamás, ni hombre alguno me ha atraído, sexualmente. Por el momento.

Es mejor no decir nunca "de este agua no beberé".

Ni "este cura no es mi padre".

¡Nunca se sabe!

Y menos con agentes espirituales tan atraídos por lo carnal.

Esa primera vez, pues, no pasó nada.

Yo tardé en darme cuenta lo que su gesto podía pretender, o significar.

En el momento, aunque me resultara chocante, incluso incómodo que aquél tipo me (im)pusiera su mano tan cerca de mi cañoncito (en ese momento, insisto en que no me atraía nada, con "motivación" el epíteto habría que cambiarlo), pero no le quise dar importancia, y lo dejé en el terreno de lo incomprendido. De las incógnitas.

Pero, la verdad, es que, en este terreno del "cebo sexual lanzado a las aguas", repetidas veces me he mostrado muy "cortito".

Puede ser ése el motivo de no haber perdido mi virginidad hasta los 21 años.

Ya con 11 años (creo que con casi 12), en una ocasión, noté que algo me "tocaba" la mano izquierda.

Miré mi mano. Estaba en contacto con un pubis femenino. El contacto era discreto, no llegaba al "frote", pero parecía intencionado.

Raramente una chica dejaría que algo le tocara el monte de venus inadvertidamente, incluso la mayor parte se despertaría ipso facto si le ocurriera durmiendo.

Pero en aquel caso era su pubis el que se lanzaba a violar mi mano.

Discretamente.

Y es que todo eso ocurría en público, en clase de 6º de EGB. Estábamos una decena de chicas y chicos queriendo hablar con el profe, escuchándolo o haciéndole preguntas (¿¡Os creéis que me acuerdo, acaso, sobre qué eran!?), alrededor de la mesa de él. Parte de esa gente que rodeaba la mesa tenía las manos apoyadas en el borde de la mesa. De hecho se formaba una especie de intrincado manglar de brazos en ese espacio tabular que nuestros troncos rodeaban.

Y alguien, una chica, había detectado mi brazo delante de ella (espero que hubiera mirado dos veces para confirmar la titularidad de la extremidad, no debía de ser sencillo tal era la concurrencia de diagonales) y decidió enviarme un mensaje público, púbico y privado, a la vez, a través del mismo.

Mensaje que yo no llegué a captar.

Cuando vi mi mano tocada por un pubis, seguí, escalé, el cuerpo unido a él, con mi mirada, y di con los ojos de mi amada APM.

No era un pubis cualquiera, era el de la chica que me atraía, de la que yo estaba enamorado.

Ella me miraba.

Descarto, a presente, que ella lo hubiera hecho involuntariamente. Es lo que tiene la democracia, es lenta en decidir. Y jutar todas las neuronas en asamblea y decidir una interpretación de los hechos, me llevó años.

No fue tan descarado como si estuviese estimulándose , ni en su expresión facial era de peli porno (ojos entrecerrados, boca abierta o labio inferior mordido). Su expresión era serena.

Pero ni retiró su sexo de mi mano cuando la miré, ni su mirada de mis ojos, ni me hizo gesto alguno añadido.

Ahí se quedó todo.

No sé, no recuerdo cómo terminó ese momento de comunicación ojos-ojos y mano-pubis. Supongo que el profe, en su papel de profe, nos mandó irnos a nuestras mesas, sentarnos, callarnos, para meternos un nuevo rollo y todo eso para lo que le pagaban.

Jamás llegué a saber si ella me amaba, ni siquiera si yo le gustaba.

Es que algo corto soy, he sido, fui, al menos, en este terreno de las insinuaciones.

Porque hubo más insinuaciones.

Que tampoco capté (a tiempo).

Unos (dos) años más tarde otra chica me echó otro anzuelo.

Que tampoco tragué.

Tan "cortito" yo era.

Era una chica bastante extrovertida, comunicativa, alegre, dicharachera. Feli.

Yo ni siquiera me había puesto a pensar si me gustaba, me atraía... Nada de eso.

Yo estaba a otra cosa.

Y, resulta que, entre varios elogios (del tipo de "qué bien te sienta el rojo", el día que yo vestía un jersey de dicho color y que yo tenía entre mis favoritos), ella me hizo oler algo muy particular.

Sin venir mucho al cuento, no recuerdo qué excusa usó ella para acercar su mano derecha a mi nariz, pero sí me dio la sensación (y guardo el recuerdo de la misma) de que ésta fue un poco forzada. De pronto, me encontré con aromas muy íntimos de ella invadiendo mi pituitaria*.

Yo no había olfateado nunca la cueva sagrada de ninguna chica o sus inmediaciones (aún me faltaban sus buenos 7 años para ello), pero los olores que ella me presentó eran, evidentemente, orgánicos ("orgásmicos" tocaría escribir, creo).

Eso sí capté.

Tardé tiempo en darme cuenta de que Feli me había hecho una proposición con el hecho de hacerme esnifar su chochito (en diferido).

Creo que cuando, meses más tarde, en una reunión del multitudinario club juvenil que nos ligaba (y a las puertas del cual aconteció el suceso recién citado), alguien soltó "Feli es una puta" o algo del estilo, aún yo no había llegado a la conclusión de que esa chica había intentado insinuárseme con su curiosa forma de compartir sus efluvios.

¡Puede que tuviera algo de ninfó(wo)mana Feli!

Yo, desde luego, no.

Algo de ninfó(wo)mana tenía también RMGS.

Yo nunca lo pude corroborar.

Por lo corto que yo era, claro.

Porque una tarde de verano, estando a solas en la biblioteca de la Asociación (la misma a la que he hecho referencia en el apartado "Feli") hubo una situación muy ambigua, que, yo terminé por descifrar y entender como insinuación. Al cabo de años.

Quizá me faltaba el elemento interpretativo, el dato de que a RMGS le encantaba el sexo, fuera en solitario como en compartido. Lo supe más tarde.

Y esa tarde me tuvo "a huevo".

Más bien "a ovario".

Pero yo no me di cuenta.

De lo que sí me di cuenta fue de lo "raro" de la situación.

Ella se subió a una silla para alcanzar el libro más difícil de alcanzar que pudo. Y me pidió ayuda para sostenerla. Yo la sostuve por las caderas (tonto de mí) mientras ella se ponía de puntillas sobre una de esas acorazadas sillas de escuela (gruesa madera contrachapada moldeada en asiento y respaldo sobre estructura de sólidos tubos de acero soldados y pintados en verde tapadeváter, seguro que os suena).

Luego, con el libro en las manos, se dio la vuelta. Yo la seguí sujetando. Yo no la veía muy estable en aquella posición.

Con sus partes a la altura de mi cara.

No le debió de resultar incómoda la situación, porque la alargó, a mi modo de ver, injustificadamente. Ya tenía el libro.

Lo que no me di cuenta era de qué le faltaba. Y buscaba.

Yo, inocente de mí, no di con la interpretación "insinuatoria" de la misma.

Ella llevaba unas mallas elásticas, azul oscuro, muy ajustadas.

Y yo estaba con toda la cara a la altura de su pubis.

Creo que yo hacía un serio esfuerzo por no interpretar las cosas por el lado sexual, al parecer. Pues conseguí, como habéis podido ya leer, "angelizar" situaciones que alguien más espabilado que yo leería (y aprovecharía) de muy distinto modo.

Como yo mismo, años más tarde, también hice.

Todo evoluciona.

La vida es cambio, es evolución. Lo único que no evoluciona es la materia inanimada. Incluso ella es transformada.

Pero, adentrémonos ya en los misterios que encierra el título de esta historia.

Peder Noster.

Sí. Por fin di con el cura pederasta.

O él dio conmigo.

Ya con mis catorce años, casi quince, lo intentó.

Me di cuenta (ya os lo vais oliendo pues es costumbre en mí) años más tarde.

Era verano, julio, hacia mediados o finales.

Yo, desde finales de junio estaba trabajando en un bar. En mi ciudad.

Libraba, creo recordar, un día a la semana. Los miércoles. ¡Día genial para no poder hacer planes con nadie de mis amistades!  Ellas trabajaban (creo recordar que todas) impartiendo clases particulares, incluso alguna impartía a grupos. Luego libraban los fines de semana.

Yo no.

Pero, desde el inicio de mi singladura de barman, ya solicité unos días libres accesorios. Un fin de semana. Yo tenía un encuentro al que quería ir. Habría dejado el trabajo si en la disyuntiva me encontrara (de hecho catorce meses más tarde lo hice, con el puesto de trabajo del momento, que era ya otro). Yo tenía claras mis prioridades.

Y fui.

Desde el inicio de mi adolescencia yo había decidido que era cristiano. Ahora diría "pisciano" porque cristiano solo hubo uno, que yo sepa, lo demás son (di)simulacros.

Ya a inicios de mi adolescencia pensé que aquel tipo que crucificaron en Judea me decía algo, que su mensaje podía mejorar mi vida y el Mundo.

Así que, me puse a buscar un grupo de seguidores del tal Jesús Nazareno en que integrarme de forma estable.

En mi parroquia habitual, ni intentarlo: su orientación era muy mojigata. El referente o líder del mismo era aquel mismo cura al que hago mención en la primera parte de esta historia. Su forma de seguir a Cristo muy convencional, es decir, "cobarde", a mi modo de ver, obviamente.

Yo buscaba un grupo que se tomara en serio el mensaje de Cristo: para el que "es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos que el que un camello atraviese el ojo de una aguja" fuera verdad, o el "bienaventurado quien decide vivir sencillamente*".

Visto con perspectiva, entiendo que yo ya estaba buscando un grupo acuariano, pero lo estaba buscando entre los piscianos**.

Pongamos que, en realidad, buscaba a los "piscianos más acuarianos" en vista de que acuarianos puros aún no había. Los hippyes olieron algo pero a medias, se enzarzaron con las drogas y su movimiento se convirtió en una mera moda comercializada en masa: una mera y colorida forma de vestir y de hacer sexo todo lo posible, con quien se tercie.

Pero volvamos a "mi" historia. El primer grupo candidato me falló. Era el que pudiera formarse en una parroquia de estrato humilde de mi villa. Nunca me llegaron a avisar de la formación del grupo que yo buscaba y esperaba. No hubo tal grupo. O, al menos, no me avisaron.

El segundo (el de una gente que vivía en comunidad*** en un barrio marginal) arrancó el otoño anterior. Y yo entré. Y estaba a gusto en él: aprendía mucho, hice amistades (casi en exclusiva "amigas" que era lo que me encontraba allí y, la que menos, me llevaba dos años, luego entró otra solo un año mayor que yo y luego atraje a otra de mi misma edad).

En julio de 1981 se celebraba un encuentro importante. Volviendo al hilo de nuestro relato. Y yo quería ir.

Y fui.

Pero no pude quedarme más que dos días, los dos primeros. Al día siguiente yo trabajaba.

Así que, acepté la oferta del señor cura para volver con él en coche. Alguien más nos acompañó pero se fue a su propia casa.

Salimos tarde, así que, también acepté la de quedarme en su casa (comunitaria) a dormir. Estaba vacía pues el resto de monitor@s estaban en el encuentro que dejamos.

Y dormí.

Y me fui a mi trabajo, al día siguiente, tras tomarme el desayuno.

Años más tarde me di cuenta de que aquel hombre, JLSA****, había intentado una aproximación. Yo la rechacé: me caía de sueño.

No me quiso llevar a mi casa, aunque le solo habría supuesto unos 15 minutos. Él prefería tenerme cerca, en su casa. Aunque resultó solo para dormir. Cada uno por su lado.

Pero, unos tres años más tarde, volvió al ataque.

Para entonces yo ya había hecho un largo recorrido en mi vía espiritual, con la gente que él dirigía. Entre otras, mi hermana que me lleva(ba) cuatro años y un par de meses.

JLSA, en ese tiempo, había tenido tiempo de conocerme, en distintas circunstancias. Tal vez, también de elaborar una estrategia para llevarme al huerto. Sabía mucho, demasiado, de mí.

Así que jugó todas las cartas para acorralarme en sus aposentos y hacerme darle un masaje. Soy bueno (y lo era) dando masajes, me encanta tanto darlos como recibirlos y él tenía la excusa de que su espalda le dolía.

Y no era de extrañar: él presentaba un gran sobrepeso.

Mi formación en masaje se limitaba al sensitivo, el que solo sirve para (hacer) sentirse mejor, nada de terapéutico, que era lo que él habría necesitado, amén de un buen régimen de adelgazamiento. La dieta que él debía seguir desde su infarto de miocardio, le había hecho perder mucho (sobre)peso, pero ni había completado el necesario "aligeramiento", ni él lo seguía con seriedad: eran más la "excepciones" que la fidelidad a la norma.

Y el ejercicio prescrito tampoco lo hacía seriamente.

La comunidad se había hecho con un perro (un "pastón alemán", lo escribo así porque creo que lo habían comprado) para que él tuviera compañía en sus paseos y una excusa para hacerlos. Más adelante, sacar al perro se convirtió en una tarea comunitaria, en vez de responsabilidad de él. A mí mismo me tocó pasear al perro no pocas veces. Yo lo hacía (hice) de buena gana, siempre he sido muy sensible a los animales (humanos y no humanos, que también somos animales), me gustan y me llevo bien con ellos. Es por eso que no me los como. E intento no explotarlos en absoluto. No es fácil.

Bueno, heme aquí dándole masajes a un cura que mide poco, como un metro sesenta, pesa unos 120 kilos y no me agrada en ningún sentido, mismo en el olfativo, sentido en el que soy muy sensible.

Y, para más inri, el masaje se lo tenía que dar sobre una cama ancha y baja. ¡Genial para mi espalda!

Ya he indicado más arriba que "me encanta tanto darlos como recibirlos (los masajes)".  Pero, la segunda parte, obviamente no se cumplía: yo solo recibía algún manoseaje" del curit... ¡del peazo cura!

Lo quería mucho y respetaba: había dejado (junto con otros) la orden de los salesianos, cuyo emblema es "jóvenes y pobres" para poner en marcha un colectivo, de carácter comunitario, con el mismo eslogan (mismos destinatarios), que quería vivir más cerca de la orientación inicial de los cristianos, incluso lo más cerca posible de lo que hizo y enseñó Cristo*****.

Pero, el celibato que los falsos pero oficiales seguidores del Profeta Pisciano impusieron (según los Evangelios, Cristo decía algo así como "quien sea capaz de quedarse célibe que lo haga"), este cura no lo llevaba muy bien.

Y es bastante generalizado eso.

Así que, aprovechándose de mi amor a la libertad, de mi carácter rebelde, de mi orgullo... de varios de mis atributos, JLSA me llevó "al huerto".

Sí, fue mucho más allá de lo que yo quería, en varias ocasiones y de diversas maneras.

Me besaba en la boca, con su desagradable sabor (muy salado, para empezar) y aroma, e invadiéndome la mía con su lengua.

Que dar un pico a (casi) no importa quién lo llevo bien. ¡Pero eso de invadir la boca ajena sin permiso...!

No.

JLSA no se detuvo en los besos (morreos) exhibiciones y en los tocamientos.

Me tenía a su merced, y quería mucho más.

Era su "efebo". Según él. El término de marras va de griegos, de gente muy libre para tener relaciones sexuales con quien quisieran, muy frecuentemente otros hombres (ellas no tenían la misma libertad, empezando por el hecho de que se veían encerradas en casa, relativamente, salvo las espartanas, bastante más libre, pero siempre mujeres, es decir no-votos en esa supuesta democracia) y sin ningún límite de edad. Por lo que "efebo" era el aprendiz con quien el señor griego compartía, también, intimidad sexual.

Y el señor cura otro tanto.

A base de "guiarme espiritualmente", "necesitar un masaje" o con cualquier otra excusa me acorralaba frecuentemente en sus aposentos. Y, casi siempre, la cosa terminaba en la horizontal (parcialmente "erguida", claro).

La estrategia más habitual consistía en "acoso y derribo": a base de hablar mucho, en, habitualemente, largas sesiones nocturnas, (casi) siempre (¡Casualidad!) terminaba saliendo el tema. No me refiero a "tema de conversación", sino "de entretenimiento cárnico".

Obviamente él ponía la carne, no precisamente la magra, de la que yo era el accionista principal. Creo.

Una de esas largas noches, en su dormitorio, me consiguió llevar hasta la penetración anal. No sé qué camino siguió para conseguir llevarme tan lejos. No lo recuerdo. Sus ingredientes, obviamente eran: abuso de confianza, abuso de autoridad, abuso de insistencia, acoso y derribo...

Se colocó encima de mí, yo tumbado de espaldas pero con las piernas para la meca (que debe de estar más allá de mi nuca, al parecer) y el se tiró encima. Yo solo recuerdo la incomodidad de la postura, su peso sobre mis piernas (y ellas, en venganza sobre tronco y, especialmente, se la tomaban con mi espalda, nunca he sido muy flexible), pero, sobre todo, el dolor que me causaba aquella penetración forzada.

Y la desagradable sensación de estar "cagando para adentro": tener ganas de expulsar aquello (incluidos los más de 100Kg sobre mí) y no poder.

Obviamente, por lo que has podido leer antes te lo podrás imaginar, no usó ningún tipo de protección, ni lubricante. Yo no estaba, para nada excitado, por lo que duele.

¿Placer? ninguno. Sí, perdón; al conseguir quitarme el pisadolescentes de encima.

Las veces que me he atrevido a penetrar a una chica por detrás (y me refiero únicamente a un dedo) ha sido cuando estaba lo suficientemente excitada como para que un estimulo añadido, en vez de "despiste" o "molestia", fuera "todo suma". Las veces mi partenaire no estaba lo suficientemente "preestimulada" no me lo ha aceptado: le resultaba desagradable. Y menos aún algo más grueso como un miembro viril.

Yo era virgen (hasta esa noche mi esfínter lo era y nunca antes que con él había compartido intimidad sexual), pero eso de no tomar protecciones (obvia decir que se corrió en mi interior) fue una imprudencia. Yo ignoraba su "experiencia" y "trayectoria" (salvo lo que me contó de que, antes de ordenarse, con colegas de su seminario, hizo una excursión a un puticlub, y él debió de participar también en el rito de despedida, sin mucho interés, pues, evidentemente, le iban más los "salientes" que los "entrantes"), pero dudo mucho que, al final, se limitara a mí.

La "justificación" para llevarme a esa "experimentación" fue que él quería saber con la penetración anal era placentera, porque, como es sabido, la Iglesia Gatólica Apestólica Marrana, rechaza el uso de métodos "artificiales" de control de la natalidad: solo contempla la abstinencia.

Es decir, nada de pastillas, nada de gomitas, nada de barreras de plástico. Incluso el sexo que no esté destinado a la reproducción estaría prohibido: estimulación manual propia o ajena, coitus interruptus (que es lo que hacía Onán, del que se ha distorsionado el nombre, "onanismo" para ligarlo a la autoestimulación solitaria). Es por lo que prohiben los métodos barrera.

Así les luce.

No sé si puede considerarse muy científico el hecho de querer probar, siendo él presbítero y yo menor de edad, si metérsela por detrás a un jovencito es suficientemente placentero como para poderlo recomendar a los otros miembros de su comunidad, a los matrimonios, para que puedan tener relaciones sexuales sin reproducción.

No creo que el sexo anal sea contemplado por la Iglesia, salvo para prohibirlo, claro. En teoría.

Lo que puedo asegurar es que a mí, ni me resultó placentero ni gozoso. No consiguió llevarme nunca más a ese punto. No puedo decir que no lo intentara, pero no me lo volvió a pedir o sugerir (intentar seguro que sí). Creo que le quedó claro que por ahí yo no quería ir.

Esa noche, es obvio que no se conformó con jugar a quien inyecta: quiso ser "inyectado".

Y esto es lo que más increíble me parece: que consiguiera llevarme hasta ese punto de penetrarlo yo por detrás.

Desde luego, él no se quejó. No le debió de doler, o ese dolor le causaba disfrute (recuérdese que en el fenómeno conocido como "masoquismo" la conexión "dolor-sufrimiento" está cruzada con la de "placer-disfrute", dando "dolor-disfrute"). No recuerdo si él mostró síntomas de estar disfrutando, pero sufriendo puedo asegurar que no.

Lo que sí recuerdo es la desagradable sensación de estar compartiendo espacio en su recto. Y mi arma salió muy sucia. Aquello era una cloaca. Fui directamente al lavabo a limpiármela con mucha agua y jabón.

Meses más tarde, era otoño de 1986, o invierno de 1987 y un día de entre semana, cuando, en mitad de mi comida me llegó una orden: prepárate porque te vas ya mismito a Bilbao con JL. Recuerdo que no fue él quien me lo dijo: se sirvió de alguien que mediara. Y no recuerdo si alguien subió a avisarme (yo vivía en el cuarto piso, con las restantes "precatecúmenas", eran tres chicas, conmigo éramos cuatro, mientras "catecúmen@s" y "herman@s de comunidad" vivían en el tercero) o si el contacto fue a través del intercomunicador. Creo que lo primero. Y me parece recordar que fue el largo y enjuto JZ quien subió a avisarme.

Me acuerdo perfectamente que en mi plato quedaban garbanzos. Y que, dada la premura con que (se) me movilizaba, se me ocurrió hacer un hueco en mi barra de pan integral y meter las legumbres en él. Así terminé mi plato. De camino.

No recuerdo haber dado cuenta del bocata en el coche, se esfumó antes, así que tan urgentísimo tampoco debía de ser, algo de tiempo tuve. De hecho creo que estuve esperando en la cocina del tercero a que su majestad el cura hiciera acto de presencia.

Tampoco recuerdo la justificación oficial de tal viaje: desde luego no hubo ni reunión ni visita a ninguno de los múltiples núcleos del mismo movimiento de comunidades, presente en la capital económica vasca. JLSA me llevó a un piso que debía de pertenecer a su familia (a su madre y/o su padre) y allí quiso probar nuevas prácticas sexuales.

Tampoco recuerdo cómo evolucionó la cosa, el camino que él siguió para que termináramos en el suelo del pasillo y él con su pene en mi boca.

Consiguió hacer cumbre. Sí, eyaculó en mí y yo escupí, civilizadamente, su semen en el lavabo. Me enjugué repetidamente hasta que aquél desagradable sabor (salado y a amoniaco) desapareció. Pero no consiguió repetir su hazaña, no conmigo: me cuidé muy mucho de que aquello no volviera a suceder.

De vuelta, cuando paramos en el peaje de Iurreta, el coche (el Renault 6 blanco que él solía usar, casi, en exclusiva, aunque, teóricamente fuera "comunitario")  se caló. Y no volvió a funcionar. Se le había deformado la junta de culata. Volvimos en taxi.

Hay algo mal en la Iglesia, que no solo permite sino que facilita (sobre todo en el pasado) que gente que tiene tendencias homosexuales se concentre en las filas de sus "oficiales" y se rodee de menores, mientras que, por otro lado, clama contra la homosexualidad libremente y vivida sin imposición alguna, la respetuosa con las voluntades ajenas.

En un tiempo fue aún peor, pues en su sociedad nazionalcatolicista la única salida social justificada era el matrimonio, por la iglesia, o el celibato del mismo carácter. Claro, quien no estuviera atraíd@ por el sexo opuesto no tenía otro camino, socialmente aceptado, que "casarse con Dios", por lo que entre monjas, monjes y curas se disparaban los índices de homosexualidad. Hipócrita, claro. Ni libre, ni proclamada, ni reivindicada sino oculta y prohibida. La más excitante.

Y, lógicamente, toda esta hipócrita contención tendía a desbordarse no solo dentro de sus filas, también entre las de sus seguidor@s.

Y, como era de esperar, jóvenes vírgenes (de un sexo o de otro), cándid@s y, si provenían de familia rota aún más, resulta(ba)n de lo más atractivo para hacer dar salida a sus instintos sexuales.

Incluso sin ser homosexual, una persona que viva esa restricción y esa culpa con respecto a las prácticas sexuales, puede terminar "saliendo por cualquier lado" y aprovechándose de su (supuesta) autoridad moral y de la confianza con sus acólitos para llevarl@s más lejos que lo que debería.

Porque la represión lo que genera es compulsión.

A mí, que me guío y oriento por la ética de la no-violencia, de la no-imposición, vamos, lo intento, cualquier relación sexual que sea deseada y consentida por ambas partes me parece bien, siempre que tampoco viole los compromisos adquiridos por cada persona ante sí misma o ante otra(s). Y no viole el respeto por sí misma y por la otra persona y sus circunstancias. En ese último caso, esas personas tendrían que comenzar por aclarar o actualizar sus respectivos compromisos o juramentos antes de entregarse a prácticas que no sean coherentes con ellas.

Insisto en que si el curita de esta historia, me hubiera respetado, y yo hubiese tenido interés en esos "contactos" esto ya se limitaría a un conflicto suyo con su moral o en su compromiso con la Iglesia.

Pero no es así. Me reprimía a mí en mi interés hacia una chica (que, además, era compartido) mientras él me llevaba al huerto de sus propias fantasías y apetencias.

Durante años (ya una vez que yo dejé su comunidad y su iglesia) siguió intentando llevarme "al tema", intentando tirar de ese hilo de la intimidad, de la confianza... Ya no lo consiguió. Conmigo, al menos, no.

De él supe que, al cabo de años, volvió a las filas de los Salesianos y se fue, en aquel entonces, a un convento de dicha orden (o "congregación", eso depende de la catalogación propia de la Iglesia y del punto donde se inserte en su estructura, incluso de su antigüedad) en Castilla. Si su "salida" de la comunidad en que yo lo codeé se debió a algún otro caso de pederastia (o a la acumulación de casos de esa onda) lo ignoro. Es probable.

A inicios de 2017, concretamente el 16 de enero, rondaba una polémica sobre los abusos sexuales a menores por parte de miembros del clérigo. Oí en Euskadi Irratia (la Radio Euskadi en lengua vasca, hay otra en castellano que lleva, precisamente, el nombre recién citado) que había habido varios casos y que comenzaban a salir a la luz.

Esa mañana oí al obispo de la diócesis de Donostia - San Sebastián, José Ignacio Munilla, declarar que la mayor parte de los abusos sexuales se dan en la familia, que lo que ocurre entre sus filas de profesionales de la burocracia pisciana apestólica era mera anécdota.

Ardí de rabia. ¡Semejante hipocresía!

Y decidí que el tiempo había llegado de hacer público mi caso. Aunque solo fuera por combatir dicha injusticia y falsedad.

Busqué el número del obispado, llamé y me atendió Eguzkine, la secretaria (al menos así se presentó ella).

Unos minutos más tarde me llamó el propio obispo, José Ignacio Munilla, y hablé con él largo y tendido.

Me pidió, al final de la conversación, dos cosas:

- Perdón en nombre de su congregación por haber sufrido algo así en el seno de la... iglesia que él representaba (aunque su fuera 30 años después).

- Que le hiciera llegar un relato de lo ocurrido. Que él lo haría llegar a donde correspondiera y que decidirían qué hacer.

Yo, que soy un tipo práctico, lo que hice fue pasarle, por correo electrónico, la parte de este mismo relato (hasta que empiezo a tratar de 2017). Días más tarde me pidió que presentara un escrito más formal.

Yo me negué a modificar mi relato. Siento que tengo derecho a hacerlo como me apetezca. Si luego quieren o sienten necesidad de modificar algo que lo hagan ellos. Mi relato es este.

Pasaron muchos meses y el señor Munilla me escribió para hacerme saber que JLAS había fallecido en su retiro castellano. Creo que era, precisamente, lo que buscaban, acallar el asunto.

Le agradecí la información.


*Imponer es algo típico de curas (y de sus superiores), no solo porque están habituados a mandar, sino, también, porque, intentando imitar a JC (su supuesto inspirador, más abajo veremos que poco que ver tienen), imponen las manos para (intentar) curar, para transmitir el "espíritu santo" (aunque, como ya os podéis ir imaginando, la mayoría prefiere "inyectarlo")... Siempre hay una buena excusa presbiteral para tocar.

Aquí me niego a utilizar el término "masturbándose" porque dicho término significa, literalmente, "ensuciarse la mano". Era mi mano la que ella (su pubis) tocaba, así, incluso en el supuesto en que ella (o su entrepierna) pudiese considerarse "sucia" (y nada más lejos de mi consideración) sería mi mano la que estaría "ensuciando", luego me estaría "masturbando" a mí.

El "me fue bien" del texto de mi perfil quiere, simplemente, expresar que me permitió acercarme a ella, tener ratos de charla, intercambiamos libros e impresiones.

*Sin crear desigualdades, sin dilapidar los recursos limitados del Planeta, sin colaborar en el calentamiento del mismo...

**Cristo, aparte de ser el profeta de la era de Piscis, era representado por sus por un pez, o dos. ¿Casualidad?  Causalidad.

***Aquí hago referencia al auténtico y original significado de la palabra comunidad (= común + unidad) que es, precisamente, de origen cristiano y se refiere al grupo de gente que decide compartir TODO, necesidades, bienes, objetivos... Actualmente se usa el término (se prostituye) para cualquier cosa: vecindario, autonomía, hasta SttoryBox se anuncia como "comunidad" cuando sus miembros comparten y buscan compartir UNA SOLA COSA (la pertenencia a ese grupo) en vez de TODO.

**** JLSA luego se lo mutó en JLAS, cambiando el orden de sus apellidos.

*****Se da la circunstancia de que ya los primeros seguidores de Jesús De Nazaret se pusieron a hacer cosas muy diferentes a lo que él hizo y enseñó. Por ejemplo, él decía, "si quieres unirte a mí, vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres, luego, ven y sígueme" (Mt 19:16, Mc 10:17, Lc 18:18) . Sus "herederos" oficiales, por el contrario, reconvirtieron aquello en "danos todo tu dinero y te iremos dando según lo que necesites" (Hechos 5:1-10). Estoy convencido de que el único cristiano auténtico que ha existido, fue (San) Francisco De Asís, que imitó a Cristo en todo lo que pudo, en su renuncia al dinero, por ejemplo. Cristo, evidentemente, no fue "cristiano", fue judío. No dejó de serlo. En eso (como en otras muchas cosas, Nietzsche se equivocó).

Gerttz